sábado, 23 de marzo de 2013

Canción de cuna y trincheras.

Le tiembla un rascacielos entreabierto entre los labios derruidos, como esa vida con la que no ha querido bailar desde que tú te fuiste y te llevaste todas las luces. Eras un imbécil, Frédéric, un imbécil por espolvorear tantos bombardeos en sus aurículas. Eras un imbécil, Frédéric, y lo sigues siendo, pero a ella no le queda miocardio suficiente para enseñarte las cicatrices que dejaron las ruedas de tu carro de combate. Le deshabitaste tantos tejados que ahora solo es un muro agujereado a versos, busca besos nuevos para entrelazarse las grietas. Eras un imbécil, Frédéric, siempre lo serás. Pero también fuiste el único capaz de enredarle un amor de metralleta en las pestañas, el único que se quedó a morir en sus poemas. Eras un imbécil, Frédéric, pero solo los imbéciles viven para siempre. Y por eso tú nunca dejarás de sonreír entre las cuatro y las cinco, con esa mirada de niño en bicicleta que la enamoró una vez y la dejó vivir otras tantas. Por eso ella no olvidará que solías caminar destrozando todos los pasos de baile, ahogando un blues en cada bala. Por eso aquella calle llevará tu nombre, aunque las paredes digan que allí aprendieron a llorar los verdaderos héroes de la guerra.

jueves, 21 de marzo de 2013

"Escribes poemas porque necesitas un lugar en donde sea lo que no es."


Cruzaste las tristes calles, las calles tristes
tristemente tiritando entre los timbres
de todas las casas que no son
su casa
y que por tanto duermen sin tejados
y se despiertan con las ventanas llenas de poesía
que no es la suya
pero es poesía.
Y ahí es donde se te quiebran las esquirlas
(porque hace tiempo que no hay sonrisas de tu talla)
y tienes que aprender que hay versos
más allá de sus lunares,
que hay vida
más allá de su vida.

Cruzaste las tristes calles
y te encontraste al silencio.
Y quien habla de encontrarse habla
de estrellarse sin un cielo de por medio
de explotar de extrasístoles,
de erizarse los sueños cuando ya no te quedan
razones para facilitarles el despegue a las pestañas.
Y quien dice silencio dice
todas las preguntas, casi todas tus dudas
y veinticuatro colecciones de recuerdos.
Y está claro, pequeña aprendiz de equilibrista,
que son tus ojos los que hacen que las calles suenen tristes.

Así que no tengas miedo si un martes no encuentras
los mapas mudos y las libretas azules
y los brazos sin pecas
donde espolvoreabas la única orografía
que conseguiste saberte de memoria,
no te asustes si olvidas la canción que cantabas
cuando aún eras feliz.

Son los pájaros que vuelven a por lo que siempre fue suyo.