Tienes una tristeza simétrica
que nadie puede curar
(tampoco el arrullo de los autobuses
ni los tejados de los edificios
de las aceras de los sueños
que nunca cumples).
Echas de menos el café
y sus ojos
y también el café en sus ojos.
Y así ya me dirás quién es capaz
de sonreírle la sonrisa
al desconocido del asiento de enfrente,
al poco conocido del asiento de atrás
y al amigo que debe recolocarte
cada hueso
cada vez que se sienta a tu lado.
Algún día se te hundirán las ojeras
en los labios
y eso sí que va a ser un naufragio.
Creo que si te midiéramos el mar
a franjas horizontales
nos mojaríamos mucho menos
que si hiciera falta morir
entre tu pelo
y tu cintura.
Las escaleras, la vida, la lluvia
te han vuelto anisótropa.
Lo mismo sucede con las noches.
Y aún así tú sigues sintiendo
por ti, por mí, por todos
con la rabia de las lavadoras mordidas.
El día que dejes de apretar los dientes
no habrá quien ilumine esta ciudad.